martes, 7 de agosto de 2012

Biografía



María Elena Walsh nació el 1 de febrero de 1930 en Ramos Mejía, un suburbio al oeste de Buenos Aires. Pasó sus primeros años en un caserón enorme, con patios, glicinas, gallinero, con un perro pomerania negro, rosales, gatos, limoneros y una hoguera donde se acomodaba a leer “Los tres mosqueteros”, “Robinson Crusoe” y “La cabaña del tío Tom”. 
Su padre, descendiente de ingleses e irlandeses, conocido por ser quien instaló el ferrocarril del oeste. Viudo de 50 años, padre de cuatro hijos ya adultos, estaba casado en segundas nupcias con una joven descendiente de andaluces. Este segundo matrimonio Walsh tuvo dos hijas. Una de ellas fue Susana. La otra, ese escándalo tímido llamado María Elena, una insurrecta por naturaleza –sumisa por disimulo- que a los 13 plantó bandera, marchó a la Capital para estudiar el secundario en Bellas Artes y desde entonces todo en su vida fue precoz.

Tuvo una infancia ilustrada, rodeada de libros y de cine. El amor a la lectura la llevaba a hundir los dedos en las aguas contagiosas de los cuentos de hadas, de Las mil y una noches.

–En mi casa había un ambiente de clase media ilustrada. Gente con sensibilidad hacia el arte, la lectura, la música. Ese es un privilegio de cuna muy grande. Es como heredar una fortuna.

A los 17 años, recién egresada de la Escuela Nacional de Bellas Artes, gastó los ahorros de una vida (más bien corta) editando su primer libro de poemas llamado ‘Otoño imperdonable’: pletórico de exquisito dolor adolescente, en 1947, el mismo año de la muerte de su padre: ¨¡Qué de campanas en la sangre siento/ cada vez que me olvido de la muerte!/ Pero sucede que ella no me olvida", decían esos versos. 

–No lo pasé bien en la adolescencia. Es una edad complicada. No me pasaba nada en especial, pero es una edad muy difícil. Y además yo tengo una tendencia melancólica, de pensar en la muerte. Eso solía ser muy de los adolescentes. Ahora se drogan, entonces esas ideas están simuladas. Pero en mi época era en seco, nomás.

A pesar de las oscuridades, María Elena despertaba exclamaciones admiradas con su primer libro, publicaba en el suplemento literario de La Nacion y, frutilla del postre, ganaba el Segundo Premio Municipal de Poesía.

–Me dieron el segundo porque para el primero era demasiado joven, dijeron.
–Y mujer.
–Eso ya no lo dijeron.

En 1948 llegó al país el español Juan Ramón Jiménez. El autor de Platero, y quedó impresionado con ese segundo premio municipal de la joven. Decidió inaugurar, con ella, una beca para escritores jóvenes en su casa de Maryland. María Elena fue dispuesta, tan feliz, pero salió mal.

–Un tipo difícil, muy depresivo. Por algo lo odiaban todos los poetas. Era muy difícil la relación. Yo era muy chica, y él era un señor muy grande y tan importante. Yo era muy tímida. De todas maneras, lo recuerdo como un maestro. A pesar de las maldades más grandes que decía. Era muy generoso y elogioso y muy alentador.

Juan Ramón la arrasó. En un texto publicado en la revista Sur, en enero de 1957, ella decía: "Cada día tenía que inventarme coraje para enfrentarlo, repasar mi insignificancia, cubrirme de una desdicha que hoy me rebela. Me sentía averiguada y condenada. Suelo evocar con rencor a la gente que, mayor en mundo, tuvo mi verde destino entre sus manos y no hizo más que paralizarlo. Con generosa intención, con protectora conciencia, Juan Ramón me destruía, y no tenía derecho a equivocarse porque él era Juan Ramón, y yo, nadie. ¿En nombre de qué hay que perdonarlo? En nombre de lo que él es y significa, más allá del fracaso de una relación".

Cuando volvió a Buenos Aires escribió con Bonomini un libro llamado Baladas con Angel, pero poco después esa relación se disolvió.

–Sí, cuando volví…vi que eso no andaba. Esa patria potestad, esa legalidad del hombre para decidir por la mujer, esa falta de compañerismo y de diálogo. Era un producto de la época. Uno se preparaba para esclavizarse y seguir la voluntad del marido.

Y para no esclavizarse tomó un camino que le pareció natural: marchó a Europa con Leda Valladares, y se quedó allá cuatro años, desde 1952.

–El viaje a Europa fue también cortar con tanto sufrimiento adolescente y con la situación que ninguna persona, intelectual o estudiante, podía soportar, que era el peronismo. A partir de la muerte de Eva se endureció mucho la censura. No quiero decir que me haya exiliado, pero preferí tomar distancia.
–Pero usted después se reconcilió con el peronismo.
–Sí, mucho. Al ver los manejos de la Revolución Libertadora recapacité sobre todo lo que había sido la obra del peronismo, aparte de sus manejos, así, represivos, digamos. Me di cuenta de lo que había representado para el pueblo, que es mucho. Años después viajé por el interior y la única escuela que había y el único puente eran restos de esa época del peronismo.


Desde 1952 y hasta 1956, María Elena sobrevivió en París en un ambiente y con un oficio que poco tenía que ver con el que había dejado: esta promesa literaria porteña se trepaba con Leda al escenario del Crazy Horse a cantar bagualas y vidalas.

–Me divertí mucho. Había más libertad de costumbres. Uno veía pasar un travesti por la calle y no llamaba la atención. Igual, yo quería escribir. Pero me había abierto de la vida literaria porque no me gustaba. Ahí sí que vi mucha maldad, mucho celo entre escritores. Me asqueó. Hoy sigue siendo más o menos igual. Ese mundo de celos, y codazos y competencia. No me dio gana de seguir cerca de nada de eso. Quería escribir, pero no estar ahí. Escribir para chicos fue como tomar otra ruta. No me interesaba la carrera literaria. Se decía mucho en aquella época. "La carrera literaria." Ahora el tópico es el mercado. "El mercado nos exige…". Aquella era una época de grandes maldades. Los tipos grandes, Neruda, Juan Ramón, Mujica Lainez, era como el Siglo de Oro porque en un lenguaje altamente literario se tiraban con todo. 

Premiada, regalada y aplaudida, fue allí precisamente, en París, rodeada de can can y carnes crudas, donde empezó a escribir su primer libro para niños ‘Tatú Marambá’. 

Al regresar, en la década de los sesenta a Buenos Aires se dedicó a escribir canciones infantiles, obras de teatro, guiones de televisión y la letra y música de un largo repertorio  de canciones infantiles: El reino del revés,  Cuentos de Gulubú, La Sirena y el Capitán, Manuelita la tortuga; son algunos de los discos  de canciones que se dedicó a grabar, plagados de personajes tan alejados del ‘Crazy Horse’ y los versos de ‘Otoño imperdonable’ como podían estarlo Doña Disparate, la Mona Jacinta o la Pájara Pinta, viuda del Pájaro Pintón. Y si uno le pregunta cómo fue que abandonó primero la literatura por el folklore y después el folklore por los chicos, ella dice que tiene etapas.

–Etapas que se me acaban o se me interrumpen. Me parece sano hacer una cosa con muchas ganas, y dejarla cuando ya veo que me faltan ganas o tengo demasiados inconvenientes, porque no tengo facilidad para escribir. Soy medio trabada y esa tendencia depresiva que tengo va y viene. A veces la gente no entiende eso. Que uno escriba para chicos y sea así. Pero también se espera que los cómicos sean gente divertida. Y yo he conocido a varios de los grandes cómicos y eran amargos y malhumorados y deprimidos.

El ciclo se cerró con un total de 13 libros que la hicieron la autora de literatura infantil más sólida en varios países a la redonda.

El idilio del público adulto con María Elena Walsh siguió. Ella dejó de cantar en 1978, y pasó buena parte de la dictadura luchando contra un cáncer óseo al que sobrevivió y que la volvió –más– fuerte. En medio de una realidad siniestra y demoledora, atravesando tan dura enfermedad que la acosaba sin tregua alguna, publicó un ensayo contra la censura en el periódico Clarín, el 16 de agosto de 1976, llamada Desventuras en El-país-jardín-de-infantes. 

Este ensayo puede entenderse porque como ella misma señala, “la base de su existencia es leer y escribir, escribir es más que comunicar, implica concientizar a la vez que la libertad en sí misma”. 


La publicación constituyó una denuncia explícita contra el régimen autoritario y opresivo de la Junta Militar del general Videla.

“Una escritora mujer, a quien se conocía por su vasta obra cuentística y musical infantil, denunciaba lo que todos callaban. María Elena Walsh asumía de esta manera la representación ideológica y verbal del pueblo argentino en un momento en el que el silencio, el anonimato y la ambigüedad significaban supervivencia. Las consecuencias fueron inmediatas: toda su obra fue censurada”

En la Argentina del Proceso, se quedó sin trabajo pero no la desaparecieron; y en cierto modo, a pesar de la censura, siguió cantando. 

Harta de la prohibición de películas, programas de televisión y libros, Walsh despotricaba allí contra la figura del censor. Aunque el texto tenía párrafos menos recordados ("Que las autoridades hayan librado una dura guerra contra la subversión y procuren mantener la paz social son hechos unánimemente reconocidos. No sería justo erigirnos a nuestra vez en censores de una tarea que sabemos intrincada y de la que somos beneficiarios"), se transformó en bandera de coraje y libertad para muchos adultos que también vieron en sus canciones, como La cigarra, la expresión más acabada de la rebeldía y la dignidad.

Con el tiempo las canciones adquirieron una significación particular y asumieron el carácter de un himno nacional.

–Las canciones toman el sentido que uno necesita. Si vos necesitás cantar un día La felicidad, de Palito Ortega, le vas a encontrar un sentido. La cigarra empezó a ser un himno de los exiliados, y los familiares de las víctimas, y yo no me imaginaba.

Era común escuchar las estrofas que decían:

Tantas veces te mataron,
tantas resucitarás,
cuántas noches pasarás
desesperando.
Y a la hora del naufragio
y la de la oscuridad
alguien te rescatará
para ir cantando.

Desde el mundo de la infancia,  de la rima, de la libertad,  la subversión  de la lengua y  el sentido del humor  una mujer que escribía para la niñez fue capaz de denunciar con aplomo y coraje  “al enano fascista que llevamos  dentro”

Sin embargo, la relación con los adultos empezó a resquebrajarse cuando, ya en democracia, dio a conocer el texto ‘La carpa blanca debe tomarse vacaciones’, que cuestionaba la eficacia de la protesta docente y hablaba del agotamiento de los símbolos. Y después dijo que la ineficacia radical era peor que la corrupción menemista.

–En un reportaje por el que casi me matan, predije haciéndome la Sibila que con ese gobierno de la Alianza nos íbamos al abismo. No sabés lo que fue: las radios sonando acá para retarme, que cómo podía decir eso. Y ese gobierno nos llevó al desastre, al corralito. Ahí tuve una ruptura muy grande como ciudadana. Porque esa estafa, que va mucho más allá del dinero, para mí fue no va más, me desintereso de lo que pasa. Que no es verdad, pero me desintereso en función de decir y prever y denunciar. Porque no me sale, no tengo ganas. Fue muy grave eso. Y también es una de las cosas que preferimos borrar y atribuírsela a gobiernos anteriores. Prefiero no hablar de esas cosas. Yo creía superada la etapa de la exposición pública, los reportajes, pero al público le sigue interesando lo que hago, y aunque me escondo un poco, a veces hay que salir al ruedo. Por otro lado, no me gusta que me olviden. Es ambivalente. Todo el mundo detesta a los fotógrafos y los periodistas, pero si no lo llaman, se muere.

Se recuesta en sus almohadones y, carne de paradoja, dice:

–No es mi caso, pero…si no me llaman es como si me hubiera muerto. Te soy franca: esa ambivalencia la sentimos todos.



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